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sábado

...

Pena de mi

Pena de ellos

               Como un orgasmo a solas, sin mi

Repertorio cansado
                          
                          Des
                               compaginada


Sensaciones encontradas

                    Des
                         parejo

La luz encandila            
                   el ruido aturde

miércoles

Sentires



Un silencio puede más que mil palabras ....

A veces, las palabras se amontonan en la garganta, pujando por salir ... otras veces no ...

- Te quiero - dice ella

.... y el silencio ensordece ... y los grillos cantan ... y los sapos croan ... y las vacas mugen ... y ella quiere tragarse las palabras pero éstas ya están afuera y danzando con el viento se alejan para nunca más regresar...

Triste, pensarán algunos ... 
                 
                                          tristeza por aquellos que guardan un te quiero que no es propio.

lunes

De miedos y desamores



Fidel era un treintañero que vivía en una gran ciudad. De esas grandes de verdad. A simple vista un tipo normal que vivía solo, en un tres ambientes, y tenía un trabajo bien remunerado que le permitía vivir el mes completo, que no es poco.

Entre tanta normalidad, Fidel tenía una característica que lo hacía un tipo singular.

Fidel había perdido por completo el miedo.

Había perdido el miedo a todo. Dolor, muerte, vida, oscuridad, angustia, soledad. Nada le provocaba miedo.

Esta característica le permitía transitar por la vida con todo medianamente resuelto.

Pero Fidel estaba solo. No tenía con quién compartir esta ausencia de miedo.


Por eso Fidel salía de su casa al trabajo y, al finalizar su jornada laboral, recorría cines, bares y pubs buscando una mujer, la indicada, la que no tuviera miedo de su ausencia de miedo.

Conocía a muchas con las que tuvo relaciones furtivas, cargadas de pasión y sin nada de amor. 

En su haber había mujeres casadas, divorciadas, solteras.
Mujeres lindas, feas,altas, bajas, flacas y gordas.
Muchachas inteligentes, tontas, alegres, deprimidas.

Muchas de ellas corrían despavoridas al conocer la singularidad de Fidel. Más de una se atacaba de los nervios.

Un día Fidel, en un bar, conoció a Inés. Era la única mujer en el lugar. 
Fidel, sin miedo al rechazo, se acercó. Así, comenzaron por tomar una cerveza y compartir porciones de sus vidas.

Fidel decidió, por un tiempo, ocultarle a Inés su falta de miedo. No quería espantarla. Le gustaba demasiado su boca, su hablar, sus pechos que siempre asomaban tímidamente. Le gustaba Inés. Toda, desde adentro hacia afuera.

Luego los encuentros se hicieron cotidianos, placenteros, extraordinarios.

Pasaron día, semanas, meses. Roces, sexo, pasión. Deportes extremos, caminatas eternas. Buenos sabores, aromas. 

A Fidel se le estremecía el cuerpo cada vez que la veía. Su piel se transformaba al tocarla. Fidel se había enamorado de Inés.

Y un día azul, Fidel,  decidió confesarle a Inés su particularidad. 

Prudentemente, con las palabras pensadas y repensadas durante meses, con su discurso terminado la medianoche anterior, Fidel le habló a Inés.

Con precisión y delicadeza le contó de su imposibilidad de sentir miedo, a todo, y que más allá de eso que lo hacía sentir tan fuerte e indestructible, le declaró que la quería con él,  para siempre.

Entonces, Inés habló, con más cautela todavía. Con un discurso sin demasiado preparativo, sin eufemismos, ni sinónimos inútiles.

Y le confesó a Fidel su singularidad. 

Inés le reveló a Fidel su imposibilidad de sentir amor. No amaba a nadie, a nada. Caminaba por la vida sin amor propio ni ajeno. 

Y un abismo se abrió para Fidel en el exacto momento en que comenzó, a sus treinta y pico de años, a sentir miedo. 


Miedo al desamor...